A continuación presento una entrada escrita por una persona desesperada por su situación mental, es un relato crudo de lo que sintió en un determinado momento, afortunadamente como dice en un comentario final solo fue algo que se le paso por la mente y no lo considera como un intento de suicidio.
De suicidio y resurrección
Llevo días tratando de escribir esta entrada pero me es imposible. No sé cómo empezar, o la redacto pésimo o me apabullo. Y lo increíble es que los hechos son tan simples: me quise matar, no lo conseguí, me diagnosticaron al fin algo, se me medicó y estoy tratando de vivir mejor.
Es que todo me parece tan patético y tan trillado, tanta mentira, tanta ilusión a la vez. Es que la verdad yo no me quiero morir. A mí me gusta la vida, ahora que lo pienso, pero tampoco sé si esto que digo es producto de las pastillas o son simples ganas, simple ilusión o solo el aliento de la víspera del viaje que emprendo mañana, yo ya no sé nada de mí. Solo que dentro de unos días cumplo 25 años y que ya me cansé de los excesos.
El viernes tomé 12 pastillas -7 clonazepam y 5 alprazolam- con la única intención de dormir los días que fuesen necesario. Sabía -al menos lo creí- que era imposible matarse con ese nimio cóctel. Era la 1:30 a.m. y la crisis estaba en su nivel más alto; ya no sabía en qué posición acostarme, qué vídeos mirar, qué libro coger, qué diablos hacer para que el pecho no se me estrujara de ese modo. Cometí la idiotez, dopada como estaba, de escribirle a mi ex novio, solo palabras sueltas, ningún pedido, vaguedades puras, filosofía de pacotilla. Él me dijo que fuera a su casa. Le dije que no. Un brío de lucidez me dijo que iba a exacerbar mi crisis si lo veía e incluso podía hacerle daño, así que no. Me insistió y le repetí que no porque había tomado pastillas. Y luego lo de siempre: que soy una demente, que arruino mi vida, que lo deje en paz. Ante esas palabras y el malestar que inundaba mi cuerpo, solo caminé a tientas, con mucho frío en el cuerpo, por la casa en busca de más pastillas. Por un minuto sentí el valor de querer morir. Tuve el impulso. Un impulso que solo lo he sentido en dos ocasiones. Es tan fuerte que me hace comprender quizás de soslayo a los suicidas. Buscaba como loca entre las pastillas de mi madre: para la presión, para el estómago, para el dolor de muelas, etc., etc., por ahí tomé algunas para la presión (no las cuento porque no me parecieron tan potentes pero quién sabe).
Con el cuerpo echo polvo, casi a rastras por mi sala, volví a llamar a mi ex novio, esta vez no quería un abrazo de él ni una despedida, quería que me llevara al hospital. Yo sabía -pensaba- que no me iba a morir pero no podía tenderme en pie y el miedo a que algo malo me pasara era demasiado fuerte. No voy a verme implicado en esto, me dijo, y colgó. Llamé seis veces y nunca obtuve respuesta. Otra vez la crisis se hizo más creciente. Yo quería controlarme, entendía lo que sucedía con mis nervios, que todo crecía por tratare de él; buscaba respirar pero me ahogaba. La taquicardia, la despersonalización, el miedo, el desequilibrio, el dolor, un dolor asesino, es que a veces no sé qué es eso. Esto va a parecer huachafo pero yo no lo entiendo: no hay herida pero hay un dolor que retuerce, que ahoga, que paraliza.
Ante la ausencia de pastillas fui en busca de mi cuchillo. En este punto casi gateaba por la habitación. Tampoco buscaba matarme ya, solo herirme, matar un poquito el dolor del pecho con el dolor físico, que es tan nimio en comparación. No lo encontré. El reloj marcaba las 2:00 a.m. Media hora y no me había muerto. Me metí a la cama.
A las 8 p.m. de la mañana siguiente me despertó mi madre con dos cachetadas. Veía borroso, apenas sentí el dolor en las mejillas, ni siquiera entendía en dónde estaba. ¡Estás loca! ¡Estás demente! ¡Mira! ¡Mira!, y me enseñó los empaques vacíos de las pastillas. Casi entendí a que se refería pero era imposible hablar. Me agarró del cuerpo e impuso a que me ponga de pie pero me caí al instante. Se enfadó más. Me dio otras dos cachetadas y volvió a llamarme loca tres veces más. No lo soporté y no sé bien de dónde salió mi rugido pero lo dije: me quise morir para no ser como tú. Obviamente, volvió a pegarme. Luego no recuerdo. Cuatro horas más tarde, volvió a mi cama con una sopa de pollo. Me la comí entera y con ahínco. Estaba muerta de hambre. No hablamos pero ambas estábamos más tranquilas. Volví a dormir.
A la mañana siguiente, mi madre y yo nos dirigimos al Valdizan, un hospital psiquiátrico. Es un lugar muy grande, aunque bastante tétrico, muy notorio en su calidad de sanatorio especializado en salud mental. No quisieron atenderme hasta que un médico general revisara si mis órganos estaban dañados producto de las pastillas. Pero el cansancio, la debilidad de mi cuerpo hacían imposible la espera. En el hospital general la mujer que me atendió le dijo a mi madre que debía llamar a un fiscal o a un policía porque "su hija ha cometido intento de suicidio". Yo no estaba ni enterada que el suicidio era ilegal; me irrité más, le dije que solo había tomado 12 pastillas, que solo quería dormir ¡por el amor de Dios! ¡Una señorita de 23 años falleció ayer con 12 clonazepam, ¿sabe usted?! ¡Así que no me venga con eso de 'querer dormir'. ¡Usted está mal de la cabeza!, me gritó la mujer. Yo no podía entender que una especialista de la salud mental le dijera eso a alguien, así que hice lo que mejor sé: la mandé al diablo y me fui corriendo al hospital psiquiátrico. Toqué la puerta del consultorio más cercano y amenacé con cortarme las venas si no me atendían. Un tropel de médicos salió a atenderme enseguida.
Escuchaba a mi madre llorar en la sala contigua. Creo que adquirí la seguridad que me ha dado el conocer a rajatabla sobre mi enfermedad, el haber leído tanto al respecto que puedo recitar de la A a la Z lo que pasa con mi cerebro. "Solo necesito pastillas porque mi cerebro se está deteriorando. No puedo concentrarme, confundo las palabras, me falta la memoria y escucho A por B, además de la impulsividad, la agresividad y los intensos deseos de morir que creo que son inherentes a mí desde que nací", les dije. "Por favor, necesito trabajar", les supliqué.
Mi diagnóstico: trastorno límite de la personalidad o borderline.
- Es usted una chica muy inteligente, ¿sabe?, me dijo uno de los doctores.
- Eso no sirve para que me quieran Menos para vivir, ¿sabe?
- ¿Por qué cree que no la querrían?
- ¿Quién en su sano juicio estaría con una mujer que cambia de humor como cambiar de aretes, que tiene ataques de ira, pánico y ansiedad en cualquier momento y lugar; que piensa que todos la engañan y que es hipersensible a lo que se diga de ella, que un día pueda comprar un pasaje al caribe y largarse sin recordar que al día siguiente tiene trabajo, que puede dar la vida por la persona que ama pero que mataría sin remordimiento si la traicionaran? Podría ser la mujer más hermosa e inteligente de este planeta, doctor, y nadie me amaría, ¿comprende?
- ¿Entones para qué quiere medicarse?
- Para ver películas.
Ambos doctores se rieron, yo también me reí. Me dieron mi consabida medicación; cuatro pastillas al día para que este cerebro funcione. Confieso que me siento muy tranquila. Confío en la ciencia, en que nuestro cerebro es una máquina que a veces se avería y, como en estos casos, necesita mantenimiento de por vida.
Sobre mi enfermedad, digo que la conozco porque llevo años leyendo sobre el trastorno borderline y el trastorno bipolar, pues nunca supe cuál de los dos tenía (ambos son muy parecidos), y mi último diagnóstico fue la bipolaridad. Ante la ineptitud de los médicos psiquiatras -esto merece un post aparte-, yo misma tuve que documentarme, leer libros, artículos científicos y hablar con especialistas para saber qué diablos pasaba o pasa conmigo. Ahora, yo no creo en el diagnóstico en cuánto a etiquetas. Eso de ser borderline es solo un nombre, un nombre para englobar una serie de conductas muy marcadas, muy comunes en quienes la padecen, pero no es más que eso. La realidad es que algo sucedió con mi cerebro y es preciso repararlo o al menos atenuarlo.
Por estos días la vida no es muy fácil, aunque sí llevadera. Las pastillas me sumen en un sopor increíble. Somnolencia hasta el mediodía, distracción, falta de concentración y mucho, mucho, mucho sueño. A veces me siento como bajo los efectos de la marihuana debo decirlo, pero sí me siento más calmada. Ayuda mucho que esté embarcada en nuevos proyectos laborales y que mañana me vaya de viaje a la playa. Por el momento -y espero que por muchísimo tiempo- he dejado el alcohol, las drogas, el cigarro e incluso he disminuido el café y los dulces.
Lo que le dije a las doctores era una broma, evidentemente, pero el trasfondo es real. Soy sincera al respecto. Me parece imposible que alguien pueda quererme tal como soy; por supuesto, pueden enamorarse de mí, creo que tengo encanto -como muchas personas- pero de ahí a que pueda establecer una relación a largo plazo lo veo difícil; así me controle con pastillas estoy resignada a una fugacidad que quiero disfrutar y al hecho de no tener hijos por el riesgo genético. Puede parecer una estupidez pero yo no me creo al 100% lo de la "llevar una vida normal". Una persona con mi enfermedad no puede hacerlo o hablaré por mí: no puedo hacerlo.
Yo solo quiero medicarme para disfrutar de algunas tardes, estar tranquila a veces y no hacerle daño a los que quiero. Vivir feliz y en armonía y perogrulladas por el estilo... no.
LDV
Publicado por Luisa Devoto
2 comentarios:
1.
Carlos Garcia 5 de noviembre de 2015, 7:23
Hola
Relatas como fue un intento de suicidio, espero que sea una historia ficticia y no una cruel realidad, no me gustaría saber que alguien que expresa de forma tan patente los sentimientos, deje este mundo cruel por su propia mano, este mundo es muy injusto, duro y muchas veces es como se dice vulgarmente una mierda.
Sin embargo, es lo que nos tocó vivir y vivir como decía alguien es solo un ratico si lo comparamos con el infinito del tiempo o como dirán los que creen en el mas allá es solo un instante comparado con la vida eterna, por lo que nos toca vivirla y de malas hay que seguir viviendo y si es duro que nos dejen vivir, porque tenemos que ayudarles con nuestra mano a terminar con una vida que muchos quisiera que no existiera.
Espero que puedas seguir contando tu vida por aca que yo estaré pendiente de oir tus quejidos.
2.
Luisa Devoto 6 de noviembre de 2015, 16:25
Hola Carlos,
Lo que cuento es verdad. Pero no lo llamaría intento de suicidio, pues lo que quise hacer no era morir, no sé realmente que quise, en algún momento, tal como cuento en el relato, lo pensé, pero fue muy fugaz, lo que quería quizás era tan solo escapar y en un momento como eso las pastillas parecen una buena alternativa. Afortunadamente no fue más que un adormecimiento y un posterior susto. Ahora trato de estar mejor y no andar en tonterías. Pues sí, es lo que nos ha tocado. No podemos hacer más. Un abrazo,
Luisa.
La historia se repite. . .acudía a por pastillas que son las mismas que le vuelven tan inestable.
ResponderBorrarEs duro decirlo pero este mundo da asco. Los profesionales sin escrúpulos no buscan el alivio...sino que fomentan la adicción a sus drogas aprobadas.
Un saludo,gracias por seguir escribiendo
Samuel
Entiendo perfectamente y reconozco los sintomas ya que yo sufro de Bipolaridad, lo intente años atras. Tanpoco sabia que me ocurria y malgaste mi vida con excesos que me llevavan de un estado a otro, un dia me diagnosticaron y mi vida tomo sentido sobre mi pasado y presente.
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