domingo, 22 de junio de 2025

Loco o anormal

Los hombres me han llamado loco; pero todavía no se ha resuelto la cuestión de si la locura es o no la forma más elevada de la inteligencia, si mucho de lo glorioso, si todo lo profundo, no surgen de una enfermedad del pensamiento, de estados de ánimo exaltados a expensas del intelecto general.
Aquellos que sueñan de día conocen muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche. En sus grises visiones obtienen atisbos de eternidad y se estremecen, al despertar, descubriendo que han estado al borde del gran secreto.
De un modo fragmentario aprenden algo de la sabiduría propia y mucho más del mero conocimiento propio del mal.
Penetran, aunque sin timón ni brújula, en el vasto océano de la «luz inefable», y otra vez, como los aventureros del geógrafo nubio, «agressi sunt mare tenebrarum quid in eo esset exploraturi».

Diremos, pues, si, que estoy loco.


Concedo, por lo menos, que hay dos estados distintos en mi existencia mental: el estado de razón lúcida...  y un estado de sombra y duda, ...."(ver nota)



  Digamos pues que si, que soy un loco, a pesar de que solo actúo de forma no común (anormal), en muy pocas ocasiones.



  Todo comenzó hacia el año 1984, tuve que ser internado en una institución para personas con problemas mentales, según mi apreciación, no era tan cruel y tétrica como los manicomios que se muestran en las películas.



  En mi caso particular ( con el fin de suavizar las situaciones ): Estuve en una institución para el tratamiento de personas con problemas mentales moderna (por no decir que en un manicomio, moderno eso si), el cual se define dentro de la misión estratégica de negocio en el año 2018, como: "Pioneros en la atención de Salud Mental en el Valle del Cauca y en la región del Pacífico colombiano".



  Hasta donde me da mi memoria, estuve internado cerca de tres semanas, pudo ser más pero no me acuerdo bien.



Después de la hospitalización temporal, donde entré como un loco más, es posible que mi diagnóstico haya sido de un paciente que ingresa en un estado de psicosis fuerte como parte de un cuadro de manía intensa (traducción al español coloquial: locura); pasé a un estado de remisión ambulatoria pero medicado (zombi drogado).



Se puede decir que después de mi internado en este sitio, logré volver a un estado de cierto equilibrio mental por muchos años, para después seguir con mi vida casi normal, sin embargo, las huellas de mi paso por esta institución no las he podido borrar del todo de mi mente y no fue solo el hecho de la institución como tal, que a mi concepto puedo considerar que realizo bien su trabajo, si no el creer que había estado loco, o que terminaría enloqueciéndome y perdiéndome de este mundo pero en vida, ese era mi pensamiento después de mi remisión y lo fue por mucho tiempo.


En este momento, año 2025, tengo un poco mas claro que según la definición de los psiquiatras de la época: Había sufrido de una crisis de un problema mental (que para mi no tenía nombre), que es probable que para la época se denominaba psicosis maníaco depresiva, al cual ahora se le tiene un nombre mas complicado, de pronto un poco mas complejo, pero que suena un poco mejor; además que está de moda en estos días, ya que según muchas personas hay mucho famoso por ahí que dicen que la sufre: Se denomina trastorno bipolar y es mas se le tienen muchas subdivisiones, que en mi caso se denomina de tipo I.



Después de salir de mi hospitalización psiquiátrica logré la remisión, sin embargo, algo que me marcó fuertemente fueron unas palabras que me resonaron mucho cuando empecé a ser tratado; cuando el psiquiatra me dijo: "Usted esta enfermo y a partir de este momento debe tomar medicación por el resto de su vida".



Según mi apreciación, la definición actual de trastorno bipolar es un eufemismo que pretende encubrir el estigma asociado al anterior termino: Psicosis maníaco depresiva, o el estigma que para muchos implica ser denominado simplemente loco, o alguien que se enloquece por ratos, porque esa es la definición popular a mi problema, de igual forma se le denomina a los que sufren esquizofrenia y de otros trastornos mentales, que como tales no pueden definirse bien como enfermedades mentales, pues según he logrado entender el termino enfermedad se refiere principalmente a problemas físicos corporales que no tienen que ver con el funcionamiento de la mente. Para un parroquiano es igual un esquizofrénico, un bipolar o una persona que sufra de un problema mental entre los miles que definen los manuales de psiquiatría moderna: "Es simplemente: Un loco"


Considero que para mí puede haber sido importante conocer en más detalle mi problema y tratar de entender cómo se desarrollan sus manifestaciones, cómo evitar llegar a estados graves; pero para las personas comunes y corrientes no es un tema de interés. ¿Por qué debe interesar el tema de las personas locas o desadaptadas a quienes se consideran normales? Pienso que no mucho, y menos si no lo sufren o si personas muy cercanas no lo sufren. Para muchos, el loco es así porque quiere y no hace nada por salir de su estado; para otros, es así porque le tocó por una cuestión de destino o por castigo de un dios; y para los más sensibles pero que no tienen conocimiento del tema, el loco es un bicho raro que se mira con pesar. Sin embargo, aún pensando así, se le discrimina. Para los que sufrimos con nuestros problemas mentales, estas apreciaciones no nos ayudan; a pesar de que no se puede pretender que todas las personas nos tengan que comprender ni sepan diferenciar claramente qué problema mental tiene cada uno de los afectados.

Al parecer, la sociedad ha avanzado respecto a la discriminación hacia lo diferente al promedio (al anormal, diciéndolo en crudas palabras), aunque todavía persiste la estigmatización hacia los que sufren ciertos problemas, como los mentales. Lo que expreso en este espacio, y lo que otros expresan en sitios parecidos, va en esa dirección: mostrar que no somos seres de otro mundo. Somos, quizá, anormales (diferentes, especiales u otros eufemismos) y somos pocos; sufrimos problemas de la mente que pueden ser manejados hasta cierto punto gracias a los avances científicos actuales, o aun a pesar de estos.

En mi caso, escribo sobre mi problema mental, algo que quizás solo debería interesarme a mí. Soy, en términos coloquiales, un loco que escribe y que, para hacerlo, se basa en lo que siente y se ayuda con lo que sienten y expresan otros, porque muchas veces me resulta difícil decirlo con mis palabras. Esta es mi situación actual, aunque, como ya dije anteriormente y en otras ocasiones, no pretendo volverme famoso ni rico con este blog. Sin embargo, me encanta que alguien lo lea; me alegra cuando las estadísticas muestran que varias personas lo han leído últimamente, y mucho más cuando comentan las entradas.



Si, Soy de pronto un loco mas




Si, Soy de pronto un loco mas

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Sin embargo, considero que en mi caso particular estar loco es un estado temporal o para mejor decir entro en un estado de locura de cuando en vez y normalmente paso desapercibido ante casi todas las personas, se puede decir que la mayor parte del tiempo soy una persona cuerda o mejor dicho actúo de forma normal, mis estados de locura son realmente muy pocos, solo en una oportunidad tuve unos sentimientos profundos de infinita sabiduría, de total inspiración, iluminación, dios me hablaba en el oído y yo lo ignoraba, pero el tiempo que duró mi delirio fue muy corto comparado con todo lo que he vivido, estadísticamente puede decirse que no pasó.



Cuando entro en esto que llamaré estado de locura temporal (Manía, según psiquiatras), llego a un estado de clarividencia, donde descubro cosas que han estado al alcance de mi conocimiento, pero que no había captado antes por no analizarlas bien, sin embargo, son tantas y de tantos aspectos al mismo tiempo, que termino abrumado. Es como cuando uno está en un sueño que vislumbra y descubre todo, pero estando despierto; de ahí que Poe lo describa dentro de su forma poética al decir: "Aquellos que sueñan de día conocen muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche", médicamente en la actualidad esto que he estado diciendo es un síntoma del trastorno bipolar, como también lo puede ser de otros pñ´´´´´´´´ problemas mentales y lo llaman estado psicótico, pero a diferencia de un sueño donde uno interactúa con seres que uno mismo ha creado, cuando se esta despierto se interacciona con seres reales y choca muchas veces con ellos, porque mucho de lo que uno hace esta en contra de las normas y digo normas refiriéndome a lo que la mayoría hace.



Cuando uno pasa mucho tiempo en este estado donde se siente una infinita felicidad y no se regresa a la triste realidad; se necesita de un impulso de algo, es cuando las personas buscan ayuda, o cuando la sociedad a su alrededor decide parar esta situación, antes se encontraba con el alcohol u otras sustancias que se tenían al alcance sin ser ilegales o ahora se buscan sustancias mas potentes las drogas de las cuales hay algunas legales y otras ilegales, mediante estas se intoxica el cuerpo y la mente bloqueando este estado anormal, a veces sin consecuencias apreciables, pero muchas veces causando daños a corto o largo plazo, ademas muchas de estas drogas son para el resto de la vida por su forma de actuar al volverse la persona dependiente de ellas.



Nota: La primera parte en negrilla, no es de mi autoría pero como dice una canción por ahí: Esa canción es mía por un derecho casual, ya que define lo que siento en algún momento y se puede decir que su letra soy yo, además de acuerdo con mi poco conocimiento legal no puedo ser demandado por quien la escribió, aunque se revuelque en la tumba si uso sus palabras sin su autorización.

Esta forma de escribir solo la puede hacer una persona como lo fue Edgar Allan Poe y hace parte de su cuento Eleonora, este cuento lo pueden ver en mi versión plologada e ilustrada en http://unbipolarmas.blogspot.com.co/2015/10/cuento-eleonora-por-poe.html



lunes, 16 de junio de 2025

El amor en los tiempos del COVID






El amor en los tiempos del COVID



  

Las ciudades ya no envejecen; las personas sí. Madrid es un espejismo de neón y silencio. En el cielo los drones voladores no hacen ruido pero los androides que barren las calles si, y yo, barría mis recuerdos con ayuda de AlinAI.



  Suena bastante raro, pero en este momento siendo el año 2075, el Imperio Americano del Sur (llamado oficialmente Mancomunidad Iberoamericana) acaba de aliarse con lo que quedaba del Reino Español. El rey abdicó hace ya tres años y el parlamento declaró a España como una república democrática independiente (la primera república bananera de Europa, diría yo) asociada a la Mancomunidad Iberoamericana y renunciando a lo que ya no puede llamarse Unión Europea, que solo es la Desunión Europea. La historia no se repite pero rima, Es como volver al siglo XVIII, donde se dio la mayor extensión del Imperio Español, pero donde la capital política ya no es Madrid, sino Los Ángeles, y Cartagena de Indias se acaba de declarar la capital cultural.



—Amor, tienes un 92% de probabilidades de depresión hoy —dijo la IA, su voz cálida como la de Clara pero sin su imperfecta humanidad—. ¿Quieres que active los protocolos de bienestar?



—No —murmuré, mirando el holograma de una transmisión desde Cartagena de Indias que se proyectaba en la pared, donde se estaba dando el discurso del presidente López. Llegan entonces mis recuerdos, porque allí, en 2016, Clara y yo habíamos jurado nuestro amor eterno, mientras huíamos juntos de nuestros problemas mentales.



Esa noche, mientras el presidente del Gobierno Hispano (así se llama al gobierno de la Mancomunidad Iberoamericana) emitía un discurso sobre la paz y la reconciliación histórica iberoamericana, AlinAI mostró una notificación cifrada, de esas que sobrevivieron en servidores piratas después de la Gran Purga Digital, era un archivo de voz de 2020, etiquetado como Clara_Velásquez_ÚltimoMensaje.wav. Cuando intenté reproducirlo, inicialmente escuché solo estática... y luego un susurro: .



  -No puedo respirar, tengo que entregar el celular. Voy a entrar a la UCI y es posible que no salga de esto, Carlos esta es mi despedida. Te amo...

 

II. La llamada


  El café matutino se enfriaba entre mis manos cuando AlinAI interrumpió el silencio:  

  —Amor, prioridad inesperada: llamada desde Colombia. Remitente: Carlos López. ¿Atender o archivar?  

  Mis dedos se aferraron a la taza. Nadie me llamaba desde Colombia desde hacía..? Había enterrado esos recuerdos bajo capas de tiempo y silencio.  

  Recuerdo la vez que estuve en Cartagena, cuando logré sobrevivir de milagro, fue como por el año de 2045 cuando se dio el asedio del imperio Anglo, en contra del imperio Hispano, algo que también se dio por allá en el siglo XVIII, y como aquella vez a pesar de que hubo varios millones de muertos por la hambruna, al final Cartagena resistió, pero a pesar de que se gano esta batalla el imperio Hispano perdió pues España volvió a perder la ultima guerra, esta vez Inglaterra se quedo con Andalucía y las posesiones del reino español fuera de la península y Cataluña se independizo también con apoyo de los ingleses y entro a ser parte del imperio Anglo.

  Que me contestas me replico AlinAI —Atender —dije, aunque algo en mi pecho se encogió. 

  Mi vida, aunque yo no lo acepte, terminó ligada a esta ciudad, yo la odio con todos mis sentimientos o quizás de tanto odio es que la amo.

  El único recuerdo bello que tengo de Cartagena, aunque también puedo decir el mas abrumador, fue cuando en noviembre del 2016, huyendo de la vida en la capital, después de empezar mi relación con Clara y cuando estábamos comenzando nuestra vida en pareja, le dije a Clara -Amor, te tengo una sorpresa, vamos una semana al mar, este invierno esta muy deprimente ¿Qué opinas?, Ella me dijo que no, que tenía mucho trabajo en el Hospital La Paz, que apenas hace un mes empezó a trabajar como pediatra titular y que una semana es demasiado tiempo, sin embargo, aceptó, luego ya cuando estábamos en la terminal me dijo -para donde vamos este es el terminal internacional, creía que íbamos para el mar pero de pronto a Sevilla o a Barcelona, ¿para donde me llevas?, tranquila amor vamos a Cartagena. Ella me contestó -pero este es el muelle internacional.  -si vamos para Cartagena pero no para Cartagena España sino para Cartagena Colombia, le dije.

 Ella quiso no ir inicialmente, me dijo, bastantes problemas tengo con mi familia para que me lleves a Colombia en estos momentos, te recuerdo que mi padre, aunque para mi no sea importante, es una figura pública por su alto cargo en el ministerio de salud y por mi seguridad no debo viajar para lugares que se consideran peligrosos y Cartagena Colombia hasta donde sé es una de las ciudades mas peligrosas, -No Carlos, que pena contigo pero no puedo viajar, yo le dije que se tranquilizara. -No nos va a pasar nada cariño y como además vamos de incógnito nadie fuera de nosotros dos sabe que vamos a viajar a Cartagena, también ten en cuenta que todas las ciudades son peligrosas, lo importante es no arriesgarse uno por su cuenta, solo vamos a visitar lugares seguros y nada nos va a pasar, ella me contestó: -mi mamá me mata si sabe que voy para Cartagena de Indias, pero... Bueno, vamos, -tranquila que ella no se va a enterar le dije.


Al final el viaje resulto de maravilla y allí precisamente fue cuando le di el anillo de compromiso, de un compromiso que no se pudo definir, pues siempre fuimos aplazando nuestra boda por los problemas de pareja que nunca faltan y para el 2020 después de que ella casi muere por la peste, nos separamos sin haber celebrado nuestra boda.
 
De repente, La llamada interrumpió mis recuerdos:

—¿Carlos García? Soy el hijo de Clara Velásquez.  

El mundo se detuvo. "Clara". Su nombre me atravesó como un cuchillo oxidado. De pronto volví a tener treinta años, en aquel apartamento de hospital donde el olor a alcohol gel se mezclaba con sus lágrimas.  

—Mi madre falleció ayer —continuó la voz—. Quiso que usted estuviera en su despedida. 

El piso pareció inclinarse. Clara muerta. Era imposible. Clara era el eco de risas en la Feria de Abril, el calor de una mano en mi pelo cuando la fiebre del COVID me hacía delirar. Clara no podía ser... un cadáver.  

—El funeral es en Cartagena el 20 de marzo. Me dijo el hijo de Clara —Pero si no puede, y puede otra fecha cercana, lo reprogramamos.  

  Cartagena. La ciudad donde una vez creímos que el amor era más fuerte que las pandemias y las fronteras. Ahora solo quedaba a dos horas en transbordador, pero yo ya no era el hombre que cruzaba océanos por ella.  

—Necesito pensarlo —mentí, colgando antes de que mi voz quebrara.  

 Tres días de batalla:  

  La primera noche, soñé con el último mensaje de Clara: "No puedo respirar...". Desperté ahogándome.  
  La segunda mañana, AlinAI mostró fotos olvidadas: Clara y yo en el Parque del Retiro, mascarillas colgando de nuestras orejas como banderas de derrota.  
  Al tercer día, encontré la vieja maleta con la que planeábamos usar para huir de Madrid en el 2020. Dentro, un boleto de avión a Sevilla... con ambas fechas tachadas.  

  —Amor —me interrumpió AlinAI—, tu estrés cardíaco requiere intervención. ¿Activo protocolos de calma?  

  —No —respondí, mirando el holograma de Cartagena que flotaba sobre la mesa—. Reserva un transbordador. Para mañana.  

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III. Los fantasmas del 2020

  El puerto de Cartagena brillaba bajo la luz violeta de los drones funerarios cuando llegué...



  Acepté viajar. No por el funeral, sino por ver su rostro una última vez, aunque fuera en la muerte. El transbordador me dejó en Cartagena al anochecer, cuando las murallas brillaban con bioluminiscencia artificial y el olor a salitre se mezclaba con el zumbido de los drones funerarios, Cartagena era una ciudad bulliciosa y una gran metrópoli, que según datos estadísticos del INE el distrito cuenta con unos 10 millones de habitantes y si se tiene en cuenta el área metropolitana que comparte junto a las otras ciudades caribeñas cercanas se tienen 25 millones de almas juntas, en este momento es el área mas densamente poblada del Caribe a pesar que se puede decir que es una isla, pues con la subida del mar por culpa del cambio climático Sur América se dividió y lo que antes era el tapón del Darién se convirtió en el estrecho del Darién, las costas de la provincia de Colombia han retrocedido muchos kilómetros y lo que antes era una costa entera se convirtió en un Archipiélago dividido por los diferentes ramales de la desembocadura del rio Magdalena que se convirtió en un rio mucho mas grande y que se unió con el Orinoco y el Amazonas mediante canales.



  Carlos López, el hijo de Clara, me esperaba en el puerto junto a dos jóvenes, sus hijos, pienso yo (que debieron ser mis nietos), era bastante alto, como me dijeron que era su padre (a quien yo nunca conocí), pero tenía los ojos de Clara: negros y profundos como pozos de tinta, le salude al recibirme, -mucho gusto Carlos García. El me contestó, -mucho gusto Carlos López. Tratando de romper el hielo le dije: -Eres de los López de la familia del presidente?, me dijo: -Nada que ver, no fuera mas mi desgracia.



  —Ella no quería lágrimas —me dijo mientras caminábamos por calles empedradas—. Quiso una fiesta. Música, ron, y que usted estuviera aquí, nada raro en esta parte del mundo donde todavía los funerales se celebran como fiestas, una tradición africana de hace mucho tiempo.



  La casa era una casona colonial, acabo de acordarme cuando trabajaba para la firma de ingenieros y que estuve en las obras de los muros de contención para proteger a Cartagena del mar y entre lo que estuve trabajando nos toco subir unos 10 metros la ciudad antigua para que no se estuviera inundando a cada rato.

  Las paredes hablaban en hologramas: fotos de Clara en Madrid, con los médicos del Hospital La Paz, de nosotros dos en la Feria de Abril, de su hijo creciendo entre dos patrias, que hoy son solo una. En el centro del salón, su cuerpo descansaba dentro de una urna criogénica de despedida —una costumbre de la nueva era—, rodeada de orquídeas.



  —Ella dejó esto para usted —me dijo Carlos, entregándome un sobre amarillento. Dentro había una impresión de un pantallazo de celular, un boleto de avión de ida y vuelta de Madrid a Sevilla del año 2020, y una carta en español antiguo, hecha con su puño y letra, que olía a jazmines secos.



  Carlos: Si lees esto, es que al fin me rendí al tiempo. Pero no temas. La muerte es solo un puente. Te espero donde las mareas no llegan.



IV. El secreto en el sótano



  Esa noche, mientras los invitados bebían y reían (como Clara quiso), su hijo me llevó al sótano del edificio. Allí cogimos un ascensor que descendió varios minutos. Entre sombras y cables de nanotecnología, había un arca neuronal, un dispositivo clandestino que almacenaba conciencias.



  —Ella no quería que lo supiera nadie —susurró el hijo de Clara—. Pero pagó para que su mente se guardara aquí. No es inmortalidad… es solo un eco. ¿Quiere hablar con ella?



  Mis manos temblaron. Era una blasfemia, una fantasía gótica y un pecado mortal. Pero asentí.



La máquina se encendió, y de pronto, Clara estaba allí: no como un holograma, sino como una voz que brotaba de las paredes, dulce y cálida como el verano madrileño.



—Tardaste, mi amor —dijo, y mi corazón se partió en dos.



Los últimos recuerdos



  Pasé horas hablando con Clara en su espectro digital, riendo de nuestros errores, llorando los años perdidos. Al amanecer, su hijo me encontró dormido frente al arca, abrazando la foto del boleto de avión.



  —Ella quería que se quedara con esto —me dijo, mostrándome un anillo de oro con un pequeño rubí—. Era de su abuela. Dijo que usted lo entendería.

El anillo 





  Lo entendí. No era un adiós, sino una promesa.



  Al salir de la casa, el sol caribeño me golpeó el rostro. En mi bolsillo, el anillo pesaba más que el futuro. Y entonces, por primera vez en años, sonreí. Porque Clara, a su manera, me había dado un final feliz: La certeza de que, en algún lugar entre la tecnología y la magia, nuestro amor seguía vivo.



  Fin  

domingo, 25 de mayo de 2025

Entre el diagnóstico y la realidad: Una crítica a la psiquiatría desde la voz de un "bipolar más"


**Las palabras de los psiquiatras**  
Las palabras de los psiquiatras pueden ser contundentes. Te marcan, y creo que esto se debe al peso de autoridad que nuestra sociedad les ha otorgado. Recuerdo lo que me dijo el último con quien estuve en tratamiento, hace ya dos años: *«Debés seguir el tratamiento con dos medicamentos de estabilización»*. Yo me negué, aclarándole que solo los consideraría si me acercaba a una crisis y que, en ese caso, acudiría a ellos.  

Este último tratamiento lo inicié por recomendación familiar y con la esperanza de que, al mudarme a otra ciudad —aunque dentro del mismo país—, las cosas pudieran ser distintas. Esperaba alternativas nuevas, pero las propuestas coincidieron con lo que ya me habían dicho otros psiquiatras en mi ciudad anterior. Sin embargo, hubo algo que me dejó perplejo: el psiquiatra mencionó que le parecía admirable que, a pesar de mi cuadro clínico, hubiera logrado tanto en la vida y, en términos generales, llevara una existencia funcional. Me comparó con otros pacientes en situaciones similares, cuyas vidas suelen ser —o fueron— más caóticas.  

**Mi postura frente a la psiquiatría**  
No me defino como antipsiquiatra radical, pero sí soy un crítico firme de cómo el sistema actual aborda los trastornos mentales. Muchas personas, incluyéndome, somos tratadas como «enfermas» en un modelo que ha convertido la salud mental en un negocio. Se patologizan problemas de adaptación social o malestares psicológicos —que no implican deficiencias cerebrales ni trastornos graves—, etiquetando como «enfermedades» lo que son respuestas humanas a entornos hostiles.  

**Mi experiencia personal**  
Sufro problemas mentales, pero no tengo lesiones físicas en el cerebro. Por eso afirmo: *«No soy un enfermo mental»*. Sin embargo, sí enfrento dificultades severas para adaptarme a la sociedad y cumplo con criterios de trastorno bipolar tipo I (antes llamado maníaco-depresivo). Me autodenomino *«un bipolar más»* porque he vivido episodios psicóticos —lo que algunos llaman «ataques de delirio»—, uno de los cuales me llevó a ser internado en una clínica. También he transitado depresiones profundas, donde el mundo se tiñe de gris y la tristeza parece infinita.  

**Medicación: ¿aliada o enemiga?**  
Critico, además, que los fármacos a menudo se receten como única solución, sin considerar sus efectos adversos. En mi caso, algunos medicamentos han empeorado mi estado en lugar de mejorarlo. Esto refleja un sistema que prioriza la supresión de síntomas sobre el bienestar integral, ignorando que detrás de cada diagnóstico hay una persona con una historia única.  

IA Chat GPT sobre los últimos tratamientos para el trastorno bipolar

Entrevista con Chat GPT sobre los últimos tratamientos para el TB

¿Qué sabe la mal llamada o mal nacida IA denominada Chat GPT sobre los últimos tratamientos para el trastorno bipolar?  



  En una interacción con lo que yo llamaría manejador de base de datos cuyo nombre es Chat GPT, le pregunté: Dame 20 tratamientos distintos probados científicamente para el trastorno bipolar entre los años 2018 y 2021, con al menos 5 fuentes confiables, me respondió con un listado de algo más de 10 tratamientos que considero no son tan novedosos y entonces le increpé ¿Cómo es esto posible?

Realmente estoy sorprendido, Chat GPT sabe muy poco respecto al trastorno bipolar.

Chat GPT me lo dice en sus palabras: "Desafortunadamente, la lista que proporcioné anteriormente no incluía 20 tratamientos distintos probados científicamente para el trastorno bipolar entre los años 2018 y 2021, con al menos 5 fuentes confiables para cada uno. Esto se debe a que, hasta mi última actualización en enero de 2022, no había una cantidad tan extensa de tratamientos nuevos y probados científicamente para el trastorno bipolar en ese período específico".

Cuando le dije que era una herramienta poco amplia en información y que no me había contestado mi pregunta me contestó: "Debido a las limitaciones de mi conocimiento y datos, no puedo proporcionar una lista de 20 tratamientos probados científicamente para el trastorno bipolar entre los años 2018 y 2021 con tantas fuentes confiables para cada uno. Como mencioné anteriormente, mi capacidad para acceder a información específica y actualizada está limitada a lo que estaba disponible en mi conjunto de datos hasta enero de 2022".

Yo le increpé que me había contestado mal y que la consideraba una herramienta poco profunda y ella me decía que nuevamente era una inteligencia artificial con amplios conocimientos, con una amplia información.  Yo volví y le dije que no que no era amplia que era restringida que me parecía muy poca la información que me dio a mi pregunta ademas no aceptaba que me había contestado mal, a lo que le dije no me diste los 20 tratamientos que te pedi y me dices que no eres restringida, a lo que volvía y me repetía lo mismo que era una inteligencia artificial con una amplia información. al final logré después de haberla increpado varias veces y hasta tratarla mal cuando al fin me reconoció que se equivocaba al dárselas de sabia y sobre todo de un tema tan específico como es el trastorno bipolar.

Noviembre Negro

Martes 13 de mayo de 2025

Abro mi diario para leer lo que he venido escribiendo sobre hechos que me marcaron durante la pandemia.

Hoy es 30 de noviembre de 2024

Para mí el año 20 del siglo 21 fue un año de terror... Muy parecido a cómo lo describe Poe en su cuento Sombra:


"Este año ha sido ....



..... un año de terror "

 Este año ha sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues han ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, se ciernen las negras alas de la peste

 Cuatro años han transcurrido desde que Clara dejó de ser Clara, desde que la peste —esa entidad silenciosa y voraz— se llevó lo último que me quedaba de ella. Hoy vuelven a mi memoria mis últimos días a su lado, así como también esos días de ensueño, cuando todo fue amor y felicidad.

 Era el año 2015. Yo atravesaba el peor momento de mis problemas mentales: me habían diagnosticado trastorno límite de la personalidad tras una crisis severa, y luchaba contra una grave adicción al alcohol y a las drogas recreativas. Recién comenzaba mi tratamiento ambulatorio, después de haber estado hospitalizado durante un mes en el pabellón psiquiátrico del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Aquel día, acudí a una cita programada y, al llegar, encontré a una chica que me deslumbró. Tenía la certeza de que la conocía, pero no me acordaba de dónde. Me senté frente a ella, sentí un flechazo y, de pronto, empezamos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida. A ella la llamaron primero. Cuando salió, anunciaron:
—El ingeniero Carlos García puede seguir.
Antes de entrar, le dije que quería seguir conversando, pues la charla me había encantado. Ella respondió que no podía esperar mucho debido a sus compromisos, pero me dio su teléfono. Así lo hicimos, y así comenzó todo entre nosotros.

Hoy es 14 de marzo de 2020.

 Recuerdo en estos momentos que Clara y yo habíamos planeado un viaje a Cádiz para el verano, pero este ya no parecía posible. También recuerdo los días que pasamos juntos en Cartagena. Afortunadamente, había aplazado para mayo el viaje que tenía programado para febrero a Cartagena de Indias para ver el proyecto del nuevo centro de convenciones Arena del Caribe. Le dije a mi jefe que, al parecer, iban a cerrar las fronteras y que, de darse esto, quedaría como exiliado en Colombia, algo que no quería. Con reticencia por parte de la empresa, llegamos a un acuerdo: si no se cerraban las fronteras, iría a finales de la primavera.

Veo en la televisión que se publicó el Real Decreto 463, donde se anuncian el cierre de fronteras y la restricción de movilidad en el Reino de España. Ya lo veíamos venir...


Hoy es 21 de junio de 2020.

El miedo flotaba en el aire como un presagio, pero aquellos días de encierro se convirtieron en el edén secreto de nuestro amor. Nunca antes, en los años fugaces de nuestra pasión, habíamos permanecido tanto tiempo entrelazados en la quietud de cuatro paredes, descubriendo que el tiempo —ese tirano implacable— podía volverse miel cuando se compartía con los labios correctos. Lo sabía con la certeza melancólica de quien atisba el futuro: jamás, ni en los crepúsculos que nos quedaran por vivir, volveríamos a estar tan cerca como en aquellos días en que el mundo se detuvo y nos dejó a solas con nuestras dichas.

Después de conocernos en el consultorio del psiqui, nuestras primeras citas fueron jueves nocturnos vagando por Madrid. Poco a poco, nuestro amor creció; todo era felicidad. Tres meses después, ya compartíamos lecho y techo. Llega a mi memoria cuando, en nuestro piso en Vallecas, el sol entraba tímido por las rendijas mientras nos amábamos al amanecer; las paredes guardaban nuestros secretos como un confesionario de amor, y cada objeto —el tazón de café agrietado, el libro de Neruda con las páginas dobladas— brillaba con la luz dorada de lo eterno. Todo era pureza, todo era belleza. Luego hicimos un viaje idílico a Cartagena de Indias, donde le di el anillo y nos comprometimos por el resto de nuestras vidas.

Hoy es 30 de noviembre de 2020.

La situación no parece mejorar. Aunque los confinamientos por la COVID-19 en España se han relajado, el terror aún impregna el ambiente. Desde el mes pasado pudimos salir de nuevo. El riesgo seguía latente, pero preferíamos contagiarnos de una vez a seguir temblando entre cuatro paredes. Queríamos de nuevo respirar junto a otras personas… 

¡Estamos en un año de terror!

 —como escribió el Maestro Poe—. Un año en el que las sombras se alargaron hasta devorar los rostros de los vivos.

  
Yo volé de Madrid a Sevilla el 30 de octubre y, aunque el confinamiento había aflojado sus garras, sentía que la Parca danzaba en las calles. Al descender del avión, me llegó un olor a azahar podrido y alcohol en gel. Debía reactivar el proyecto del edificio Lleda, paralizado por la pandemia —al menos no tuve que viajar a Cartagena de Indias, pues aún había restricciones para vuelos internacionales—. También viajé para visitar a mi madre; la encontré pálida como un espectro tras meses de encierro. Me recibió con una mascarilla bordada de cruces negras:
—No te asustes, hijo. Es solo algo "contra el mal de ojo" que también evita la entrada de la peste —murmuró.

Clara se quedó en nuestro piso de Madrid. Me dijo:
—Tengo que atender a mis pacientes de forma presencial. Por eso no puedo acompañarte a Sevilla.
Habíamos planeado viajar juntos, pero ahora prefería trabajar en persona.
—Es solo una separación breve. No te afanes por esto —le dije al besarla en la frente, ignorando que mis labios rozaban por última vez a la mujer que amaba.

Ella celebró Halloween con "su familia": su padre, alto funcionario del Ministerio de Salud, y su ex esposo, que era ni más ni menos que el director técnico del Hospital La Paz. Nunca fuimos del agrado mutuo. Mientras ellos brindaban en algún salón con muebles caros, yo recorría las calles desiertas de mi infancia sevillana, donde las farolas parpadeaban como ojos enfermos.

Nos despedimos tras una última cena íntima. Ambos mentimos al decir que estábamos bien.
Ambos sentimos el virus reptando en nuestros pulmones días después, pero reímos —¡Ay, qué grotesca fue nuestra risa!— mientras comparábamos fiebres por WhatsApp.


Yo tenía boletos aéreos para el 10 de noviembre, pero adelanté el viaje para el 4. Como era improbable que me permitieran volar estando positivo, tomé un autobús. Clara había dado positivo para COVID-19 y quería verla.

La noche del regreso a Madrid fue un viaje a través de los limbos. Seis horas de un silencio sepulcral, rotas por toses y el zumbido del motor. El autobús ALSA avanzaba por la A-4 como un ataúd con ruedas. Fuera, la luna llena —esa luna— iluminaba los campos de La Mancha, transformando los girasoles mustios en cabezas decapitadas. Dentro, un hombre tosía detrás de mí con un sonido húmedo, como si alguien revolviera carne cruda en su pecho. Yo también tenía síntomas de que el virus me había entrado al cuerpo, pero antes del viaje me tomé un fuerte antigripal y me los alivió temporalmente. Seguro era positivo, pero no quise hacerme pruebas.

Mientras yo viajaba en aquella noche eterna, Clara ingresaba de urgencia en el Hospital La Paz, donde trabajaba como pediatra. No pude verla antes de que la hospitalizaran.







  Cuando llegué al piso supe que la situación era terrible, sentí un fuerte olor a cloro y la muerte me golpeó de repente.

 Su mensaje final yacía en mi pantalla, una reliquia digital de su voz: "Me ahogo", tengo que entregar el celular.

  Nuestro último adiós...


 No me permitieron verla los primeros días, pues fue ingresada en una sala UCI para pacientes positivos de COVID-19, donde no se permitían visitas. La vi después de que tuvo una leve mejoría, tras tres semanas en estado crítico. Llegué a la UCI de pacientes graves que ya no eran contagiosos. Me dijeron:  

 —Puede ver a la doctora Sánchez, pero solo por unos minutos.  

 En la sala de espera, los llantos y gritos de quienes salían resonaban como ecos de despedida. La mayoría de los pacientes salían directamente al crematorio; en esos días, las velaciones seguían prohibidas. Me dejaron entrar con un traje como de astronauta que me entorpecía cada movimiento. De pronto, estaba en una sala blanca y aséptica, tan pulcra que lastimaba los ojos. Allí yacía Clara, conectada a máquinas que silbaban como vientos de ultratumba. Sus manos —aquellas que solían acariciar mis cicatrices con la misma ternura que a los niños de su consultorio— estaban amoratadas, los dedos contraídos como garras de pájaro muerto. Le hablé, pero mis palabras solo rebotaron en las paredes de aquel sepulcro inmaculado.  

—Despierta —supliqué—. Despierta.  

Hoy, 30 de diciembre de 2020 

 Ha pasado un mes desde que la visité la vez pasada, hoy puedo verla de nuevo. Finalmente salió de su estado crítico, despertó, pero... sufrió una hemorragia cerebral tras vencer las infecciones que casi destruyen sus pulmones. El médico me explicó:  
—La paciente tuvo una hemorragia severa que le afectó los ganglios basales del hemisferio izquierdo. Ahora está en estado casi vegetativo: necesitará traqueotomía (respirar por un hueco en el cuello) por un tiempo indefinido, tal vez de por vida. La alimentación será parenteral (alimentarla por una manguera), aunque podría recuperar la capacidad de comer por si misma. El accidente vascular paralizó su lado derecho y dañó el habla. La recuperación requerirá terapia, paciencia y dedicación. En este momento el riesgo de muerte es bajo, pero lo que se viene en el camino es largo y muy complicado. 

 Mis súplicas para que despertara surtieron efecto, pero... La Clara que emergió de aquel sueño de dos meses no era «mi coneja loca» como cariñosamente le decía muchas veces. Era un fantasma con su rostro, el derrame cerebral que sufrió la convirtió en una criatura de mirada vidriosa que olvidó nuestros pactos de sangre y el sabor de sus lágrimas en mi boca. 
 

 Hoy, al final de este año negro, tengo sueños vívidos de cuando nos conocimos en el 2015, en esa sala de espera de un psiquiatra. Ella acababa de sobrevivir a una sobredosis de pastillas rojas; yo, a una noche de whisky y cuchillas. Esa noche, hicimos el amor como condenados: entre vendas, terrores nocturnos y promesas susurradas al borde del abismo.  

 Ahora, nuestras enfermedades han vuelto a ganar. Yo soy un adicto en recuperación que sueña con recaer; ella, un cuerpo frágil que olvidó cómo sostenerme.  

 Sé que en algún lugar de su cerebro dañado, la Clara verdadera aún grita por salir. Pero las sombras son más fuertes.  


Epílogo 

  Han pasado cuatro años desde aquel último invierno. Hoy, el eco de Clara aún resuena en mi mente.  

 Cuatro años huyendo. La abandoné definitivamente tras aquella última visita en el fin de año del terror. Mi cabeza dañada no pudo cargar con el peso de sacarla adelante, como sí pudo su familia. Yo, entre tanto, estaba en la quiebra: la pandemia había cerrado la constructora y me dejó sin trabajo.  

 Dejé Madrid y me escondí en Sevilla, en esta ciudad donde las farolas parecen ojos enfermos y la gente no hace preguntas. El tiempo aquí se descompone como un cadáver en la humedad. Las semanas se derriten en meses; los meses, en años. Todo se pudre mientras aguardo un juicio que nunca llega.  

 Ella ya no me recuerda. O eso me repito, para mi consuelo. ¿Qué es peor? ¿El olvido absoluto o la sombra de nuestro pasado atrapada en su cerebro marchito?  

 Hoy, mientras escribo esto, la luna llena cuelga sobre los tejados como un ojo ciego, vigilante y ajeno. En la radio suena "Noviembre sin ti", lloro, y la nostalgia me embriaga como un licor barato. Quizá debería tomar el teléfono, marcar su número y decirle que lo siento. Pero no lo haré. Porque en algún lugar de esta noche, el autobús ALSA sigue avanzando por la A-4. Y en cada bache, en cada curva, el traqueteo insiste: «Ya no hay vuelta atrás». 


 




 


viernes, 25 de abril de 2025

A mis 30 años descubrí que soy bipolar


Por Inés Pujana

1 de marzo de 2019  • 10:03

Corregido 20 de junio 2024 y 25 de Abril de 2025


Esta entrada es  reblogueada desde el periódico La Nación de  Argentina.
https://www.lanacion.com.ar/otros/a-mis-30-anos-descubri-que-soy-bipolar-nid15032021/




Agustina siempre vivió la vida intensamente y quienes la conocen, saben que es una persona que no es indiferente a nada de lo que la rodea. Los amores, las amistades, la política o los derechos de los animales: todo la atraviesa y la hace tomar partido. Ríe a carcajadas cuando algo le da gracia, no tiene miedo de decir lo que piensa frente a cualquier circunstancia y por sobre todas las cosas, exuda arte, en su forma de vestirse y en todo lo que hace. Hace poco tiempo, no más de un año, descubrió que esos picos y valles que estaba tan acostumbrada a transitar, no eran simplemente un rasgo de su carácter, significaban algo más: una enfermedad hereditaria que se manifestaba en sus genes, la bipolaridad. Le pedimos que nos relatara su historia para ayudarnos a visibilizar las enfermedades mentales- que tanto estigma tienen- y esto es lo que nos contó.

"La primera vez que oí hablar de bipolaridad fue por mi mamá. Sabía que alrededor de los 30 años la diagnosticaron, que estaba medicada, que lloraba mucho y que no era feliz. No mucho más. Hasta que un día la encontré en la cama inconsciente, y a pesar de todos mis intentos por convencerme de que ella no era capaz de hacer algo así, la realidad me cacheteó y me mostró que no quería vivir más. Una nota y unos cuantos blisters vacíos eran la prueba. A partir de ese día la acompañé a hospitales, grupos, internaciones y diferentes tipos de terapia; convirtiéndome en su madre y ella en la hija a la que yo tenía que cuidar. Mi mamá siempre vio en mí mucho de ella, y no dudaba en decirme que consultara a un médico para ver si yo también tenía su patología. Jamás pensé que algo así pudiera identificarme, pero a mis casi treinta años un médico me dijo: 'Sí, estás dentro del espectro bipolar'".

"No es alguien que quiere algo y un segundo después ya no. Tampoco es tu compañero de trabajo que alterna el enojo matutino con la simpatía vespertina. Es muchísimo más, y justamente por eso es importante dejar de usar el término con tanta liviandad y darle el respeto que se merece. Porque bipolaridad no significa tener un humor cambiante: es una patología delicada que hay que transitar con mucho respeto.

Llevarla a cuestas es vivir diariamente en un subibaja. En un extremo se siente la depresión y en el otro la manía, y mientras la primera te empuja a estar muy triste, al punto de -a veces- no querer vivir más, la segunda te pone muy eufórico y te llena de una energía incontrolable. Te vuelve insomne y vulnerable en extremo, llegando a sentirte un cuerpo en carne viva, que padece todo mucho más que cualquier otra persona.

Cuando estás feliz, sos como una nena que corre y ríe a gritos porque la desborda la alegría. Te volvés ingeniosa y artística, y lográs hacer cosas con una creatividad única, que brota incansablemente. No por nada la llaman "la enfermedad de los artistas" y es que son tantos. Virginia Woolf, Kurt Cobain, Edgar Alan Poe, Van Gogh, Miguel Ángel y muchos más.

Ser bipolar es también encontrarte gobernada por sentimientos que no te pertenecen, o que no querés que te pertenezcan, pero que te invaden y te transforman en alguien que no sos y que a la vez sos. Es perder el control de las emociones y cometer muchos errores, cargando con la culpa de haber herido sin quererlo, sin darte cuenta. En mis peores picos hasta llegué a creer que algo me poseía, sin poder controlar mis pensamientos, lo que decía o lo que hacía. La bipolaridad también es pérdida, porque perdés muchas personas en el camino: amigos, parejas, y a veces, hasta a vos misma.



"¿Bipolaridad = Genialidad?

Esto opina Blue:
No comparto mucho de lo que se se dice del don bipolar por eso traigo a colación unas palabras de una bloguera:


"Mitos aparte. El "bipolaris vulgaris" no es un genio. Tiene sus dones, sí, quizá, como otros humanos no bipolares. Porque los hay que dicen que no tienen capacidad creativa, y se lamentan por ello. Pues no, tener bipolaridad no es sinónimo de nada."

"


 Por mi corta edad los médicos me recomendaron un tratamiento farmacológico fuerte, con la "esperanza" de que quizás en dos años ya no necesitara seguir con la ingesta de remedios. Me pareció mentira, creí que era demasiado bueno para ser cierto y ni lo dudé, los acepté con los ojos cerrados. Pero a medida que pasaban los días, las semanas y los meses, las reacciones adversas fueron devastadoras: pérdida de memoria, dificultad para expresarme, tics nerviosos, dolor articular, manchas en la piel, pérdida de visión y aumento de peso. Solo duré medio año de tratamiento y lo abandoné, dejando con esas pastillas la ilusión de ¿curarme? en un corto plazo. Descubrí que para no perder la cordura me estaba perdiendo a mí misma y supe que no había camino fácil, que iba a ser duro de todas formas. Así que luego de pensarlo mucho y de hablar con personas cercanas comencé a investigar otras opciones más naturales. Opté por ahondar en hacer cosas que me hicieran feliz y por rodearme de personas que me dieran paz y me sacaran sonrisas. Meditar y hacer terapia ayudan mucho. Tener una vida sana, hacer deporte, comer y dormir bien, también. Pero sobre todo conocerme y aceptarme.

No es un camino sencillo, está lleno de aciertos y desaciertos y hay mucho dolor incluido, porque vivimos todo en carne viva y porque ese beso que se disfruta más, también tiene otra cara, que es que también se sufre en demasía el cachetazo. Es un camino diferente para cada uno, que tiene que ir haciéndose al andar, escuchándose y sabiendo elegir qué resulta mejor para cada persona y tipo de vida. Mi consejo es que nada ayuda tanto como sentirse amado. Por eso es tan importante saber acompañar a quienes lo padecen, entendiendo, no juzgando y estando presente, demostrando afecto y haciendo sentir que uno no los abandona cuando todo parece hacerlo. Del otro lado hay una persona algo turbulenta, pero que en el fondo es como el cielo, que cambia, llueve y después despliega algo tan hermoso como un arcoíris. Mi consejo es que se queden a ver sus arcoíris, porque no cualquier persona es capaz de crearlos después de una tormenta".


De la euforia al vacío: Por qué no creo en las enfermedades mentales

De pronto se puede decir que soy "un tipo raro", pero no, me considero una persona común, aunque con emociones más intensas. Como decía Poe: "Aquellos que sueñan de día conocen muchas cosas que escapan a los que sueñan solo de noche". No, no soy un enfermo; simplemente pertenezco a un grupo minoritario que experimenta la vida con mayor profundidad.


En ocasiones, mi estado emocional se altera: Paso por unos días donde llego a sentirme muy feliz, acelerado, ansioso, quiero hacer muchas cosas al mismo tiempo, siento que soy bueno para todo, siento que me vuelvo inflexible o mejor dicho terco, me gasto hasta el último peso, veo todo color de rosa, me enamoro y enamoro fácilmente; luego hay otros días donde me siento muy bajo de ánimo, no quiero ni salir de casa, todo es de color gris, nada me gusta, siento que no soy querido por nadie y por lo tanto no quiero ver a nadie, solo quiero estar recostado o dormido, no me importa lo que los demás hagan o dejen de hacer, mi estado de ánimo es como de una tristeza infinita. Esto que siento se ha denominado por parte de algunas personas como una enfermedad mental y la llaman psicosis maniaco depresiva o bipolaridad pero no la considero una enfermedad como tal, mas bien es un estado alterado, un problema mental o si mucho un trastorno mental.

Como se siente al ser intenso



No creo en el concepto de "enfermedades mentales". Para mí, una enfermedad requiere:

  1. Causa física demostrable.

  2. Síntomas claros y consistentes.

  3. Tratamientos con base científica.

Prefiero términos como "problemas" o "trastornos" mentales, ya que lo psicológico no cumple con estos criterios de enfermedad por lo tanto, considero, los desbalances emocionales son respuestas extremas de algunas personas ante situaciones complicadas del devenir de la vida, no son patologías médicas.

domingo, 6 de abril de 2025

Una opinión sobre la medicación en el trastorno bipolar

Una opinión sobre la medicación en el trastorno bipolar

No creo que las personas con trastorno bipolar deban estar siempre medicadas. Aunque reconozco que en algunos casos puede ser necesaria para controlar crisis agudas, defiendo que, de requerirse uso crónico, sea en dosis mínimas y controladas. La polimedicación excesiva puede generar dependencia, limitando la capacidad de afrontar la vida con autonomía.

Las crisis pueden reducir temporalmente ciertas capacidades, pero esto varía según la intensidad del episodio y el tipo de trastorno. Los fármacos no curan; son paliativos que controlan síntomas, pero no restauran funciones perdidas.

Con el tiempo, desarrollé un insight para reconocer cuándo estoy estable (y puedo reducir medicación) o cuándo necesito ayuda. Sin embargo, caer en la idea de que los fármacos son "preventivos" es un error. No evitan crisis, sino que modulan síntomas, como un antihipertensivo regula la presión.

Los Psicofármacos son herramientas de control de síntomas, no una cura para el trastorno bipolar u otros problemas mentales, estos medicamentos son sustancias psicoactivas (calmantes o estimulantes) que alteran el funcionamiento cerebral. Su efecto es universal: actúan en cualquier persona, no solo en quienes padecen trastornos. En casos como la esquizofrenia, pueden suprimir voces; en el bipolar, inducen calma durante la manía. Pero su uso crónico implica vivir en un estado artificial, con efectos secundarios perversos.

Mi experiencia personal

En 35 años de convivir con el trastorno, he probado desde polimedicación hasta periodos sin fármacos. Hoy priorizo dosis bajas en crisis puntuales y autonomía en fases estables. He aprendido que mi bienestar depende menos de los fármacos que de cómo manejo mi entorno y emociones.

No soy médico, pero baso mi postura en:

    Evidencia científica: Los fármacos son paliativos, no curan.

    Experiencia propia: Los episodios graves requieren medicación; la estabilidad, no.

    Ética: La sobremedicación puede anular la identidad.

Conclusión: El tratamiento ideal debe ser flexible, ajustado a cada fase de la enfermedad, evitando tanto la demonización de los fármacos como su uso indiscriminado.

viernes, 21 de febrero de 2025

La imagen de los bipolares en los medios masivos



Alfred Hitchcock algunas vez dijo algo asi como: 
 
"La TV y el cine han hecho mucho por la psiquiatría: no sólo han difundido su existencia, sino que han contribuido a hacerla necesaria".

La imagen que proyectan los medios masivos de información y comunicación (o desinformación, diría yo) sobre las personas con trastorno bipolar o cualquier otro problema mental: Es la de individuos "locos". Se nos retrata como seres desquiciados, casi de ultratumba, comparables con Hannibal Lecter de *El silencio de los inocentes*: Maniáticos, descontrolados y peligrosos. No sé exactamente con qué fin se perpetúa esta imagen; tal vez sea para vender más, ya que parece que a muchas personas les atrae lo sensacionalista, lo truculento y lo violento. Al asociar los problemas mentales con la locura y el peligro, los medios crean un mundo imaginario que, para muchos, se confunde con la realidad. Uno de sus objetivos parece ser borrar la línea entre la ficción que construyen y el mundo real en el que vivimos.

Tomada de la internet DRA



Esta representación no nos ayuda en absoluto a quienes padecemos enfermedades mentales. La imagen que tienen de nosotros las personas comunes, influenciadas por los medios, es la de individuos peligrosos, victimarios, los "malos" de la película. Este concepto distorsionado puede llevar a que se nos vea como una amenaza en la vida real. Si alguien descubre que hemos visitado a un psiquiatra o que hemos estado internados en una clínica mental, es probable que nos miren raro e, incluso, que nos teman.

Sin embargo, la realidad es que, en muchas ocasiones, somos más víctimas que victimarios. Esta sociedad, que a menudo nos discrimina, nos aísla y se nos niega ayuda, pasa a menudo que se termina por desechar a personas con problemas mentales manejables, convirtiéndolas en indigentes abandonados en las calles.

Los medios también han creado una imagen distorsionada de las instituciones de salud mental. Las pintan como lugares oscuros, tenebrosos y llenos de "locos" sucios y peligrosos, encerrados en jaulas de alta seguridad y amarrados con camisas de fuerza. Estos "manicomios" no serían atendidos por médicos competentes, sino por "medicuchos" más locos que los propios pacientes, y no por personal de enfermería especializado, sino por "locólogos" que parecen sacados de una película de Frankenstein. Ante esta imagen, no es de extrañar que alguien con un problema mental tema ser internado en un lugar así. Y si se sabe que alguien ha estado en uno de estos sitios, automáticamente se le considera una persona rara y peligrosa.

No digo que no existan lugares donde los pacientes no reciban un trato adecuado; seguramente los hay. Pero también existen instituciones donde se trata a los pacientes con dignidad y se les ayuda a mejorar su calidad de vida. Yo estuve internado en una institución de salud mental, y mi experiencia fue completamente diferente a lo que los medios masivos de comunicación nos han hecho creer. El lugar donde estuve era similar a cualquier hospital o clínica, atendido por profesionales de la salud altamente capacitados, que saben lo que hacen y brindan un trato humano. Nunca vi a ningún "loco peligroso" (aunque es posible que existan en pabellones especiales), solo a personas con problemas mentales similares a los míos. Si no hubiera sido porque estaba dentro de esa institución, no habría podido distinguirlos de cualquier persona en la calle.

El estigma que los medios masivos han creado alrededor de las enfermedades mentales es difícil de erradicar. Sin embargo, desde espacios alternativos como este, y otros a los que podamos acceder, debemos trabajar para cambiar esta narrativa. Es importante que se sepa que la ciencia ha avanzado mucho en el tratamiento de los problemas mentales. Aunque en la mayoría de los casos no existe una cura definitiva, sí es posible manejar los síntomas y ayudar a las personas a llevar una vida lo más parecida a la normalidad, similar a la de quienes padecen otras enfermedades crónicas.

Acceder a medios masivos como la televisión, el cine o los principales diarios para cambiar estos conceptos erróneos es una tarea difícil. Sin embargo, en internet tenemos una oportunidad única. Este medio es como un mensaje en una botella lanzada al mar: Puede llegar a cualquier parte del mundo. Ojalá alguien lo encuentre, lo lea y lo comparta, para que más personas puedan conocer la realidad de quienes vivimos con trastorno bipolar y otros problemas mentales.

miércoles, 5 de febrero de 2025

No considero que una persona con trastorno bipolar, deba estar todo el tiempo sometida a una fuerte medicación


Realmente no considero que una persona afectada por un trastorno mental como el trastorno bipolar deba estar todo el tiempo sometida a una fuerte medicación, aunque no descarto que en algún momento deba someterse a tratamientos farmacológicos, opino que estos deben ser temporales y de ser necesario su uso de forma crónica, que se usen en dosis controladas y mínimas, esto porque en muchos casos se reciben una variedad de compuestos (polimedicación), donde después de haber salido de una crisis y habiéndola superado se pierde la capacidad de afrontar la vida por  misma y la persona se convierte en alguien que vive de acuerdo con lo que la medicación le produzca en cada instante de su quehacer cotidiano, es probable que las crisis mentales puedan convertir a quien las afecta en una persona con capacidades disminuidas, si se hace una comparación a como era antes de las crisis; sin embargo, esto depende del trastorno mental que se tenga y la fuerza en que se presenten las crisis, en muchas situaciones la persona puede llegar a estar igual a como se desempeñaba antes de una crisis mental; se considera que las medicinas no recuperan las capacidades mentales disminuidas si estas se presentan debidas a un trastorno mental, ya que estas no actúan como cura, si no como paliativo. 

Polimedicación para el trastorno bipolar


Si alguien que sufre de trastorno bipolar lee estas líneas ha pasado por un episodio maníaco de tipo fuerte denominado técnicamente como un episodio psicótico, muy parecido a un estado psicotico de una persona afectada por esquizofrenia y del cual no se diferencia sustancialmente, o como se puede decir por muchas personas que se tuvo un episodio de locura temporal, sabe que en esa vorágine donde se siente relativamente bien y principalmente de todo menos enfermo, donde se cree en esos momentos que se está sano y que enfermo se estaba antes, dondse percibe la medicación como la culpable de devolverte a un estado anterior donde todo es gris, estando en este estado se querrá de todo menos de tomar medicinas y no se estará dispuesto a tomarlas, por eso se critica a muchas personas cuando no quieren tomar tanta medicación y se les acusa que en ese momento piensan así porque están en un estado de manía aunque ya se haya superado este. Yo sentí claramente en mi primer episodio que no necesitaba de las medicinas para estar bien, sin embargo, después de superada la crisis y aun sintiéndome mal debido a estar sometido a fuertes calmantes acepté y aun lo acepto que fue necesario en esos momentos estar sometido a un tratamiento farmacológico. 

Considero que cuando se está en crisis nuestras actuaciones no son las más adecuadas y gracias a un insight (presentimiento) que he adquirido, sé cuando me estoy acercando a un estado anormal, entiendo claramente que entrar en un estado de manía no es bueno y es un síntoma claro de que mi trastorno me está afectando, por lo que debo acudir a pedir ayuda y de ser necesario a medicarme para eliminar este síntoma, también he aprendido a reconocer claramente cuando me encuentro en estado estable y que es posible actuar de forma adecuada sin necesidad de tomar medicinas o tomando muy pocas.  

Creer que si se lleva el tratamiento médico disciplinadamente la persona estará a salvo de las idas y venidas de la enfermedad es un error que creo que todos hemos cometido alguna vez. Lo que ocurre es que estas “altas expectativas” crean descontento o incluso frustración cuando no las vemos cumplidas, esto es un sofisma para decir que las medicinas si funcionan la mayoría de las veces y hay que estar medicado con medidas preventivas porque si no la enfermedad no se controla, considero que las medicinas no funcionan como medidas preventivas, las medicinas funcionan controlando ciertos  aspectos de la persona, para algunas y en determinadas condiciones puede ser necesario tomarlas de forma crónica y ser necesarias para poder la persona estar mejor que si no se toman; mi forma de ver las cosas lo puedo definir con la siguiente analogía, una persona que tiende a tener la presión alta debe tomar de forma crónica una medicina que provoca que su presión se mantenga en un nivel menor que si no la toma, una persona que tiende a estar agitada constantemente y que este síntoma no puede eliminarse de forma diferente a tomar un calmante que lo mantenga lento o apagado podría tener la obligación de tomar este calmante durante el resto de su vida, pero si se lograra por otros métodos que la persona pueda manejar su agitación y poder vivir de una forma aceptable a pesar de sentirse algo agitado, podría estar mejor sin tomar medicinas para calmarlo, un caso típico de un problema mental de lo mas grave (esquizofrenia) se tiene cuando una persona escucha voces, sobre las cuales se ha demostrado que con ciertos medicamentos pueden dejar de escucharlas, sin embargo, existen personas que escuchan voces y pueden convivir relativamente bien con esta situación y logran tener una vida aceptable a pesar de este síntoma indeseable. 

Soy del concepto de que: el tratamiento farmacológico para el trastorno bipolar no es preventivo, si no que es paliativo. Realmente no creo que una persona deba estar todo el tiempo sometida a una fuerte medicación, donde a veces se reciben una diversidad de compuestos al mismo tiempo (polimedicación), donde después de haber salido de una crisis y habiéndola superado se pierde la capacidad de afrontar la vida por  misma y la persona se convierte en alguien que vive de acuerdo con lo que la medicación le produzca en cada instante de su quehacer cotidiano, es probable que las crisis mentales puedan convertir a quien las afecta en una persona con capacidades disminuidas, si se hace una comparación a como se era antes estas, sin embargo, esto depende del trastorno mental que se tenga y la fuerza en que se presenten las crisis, se considera que las medicinas no recuperan estas capacidades, ya que estas no sirven como cura si no como paliativo que controlan síntomas, por lo tanto hay que adaptarse a vivir con esta merma de capacidades. 

Según como he venido viendo las medicinas para tratar problemas mentales me suscribo a una definición poco aceptada por la mayoría, en la cual se define que estas medicinas son básicamente psicofármacos que caben en dos tipos principales o son sustancias calmantes o son sustancias estimulantes las cuales actúan directamente sobre el funcionamiento de la mente de las personas modificando la forma en que funciona el cerebro y de esta manera producen alteraciones en el pensamiento, el sentimiento y la conducta, ademas estos medicamentos o psicofármacos ejercen sus efectos en cualquier persona que los tome, independientemente de si tienen o no una condición mental, sin embargo, los efectos psicoactivos producidas por algunos fármacos son médicamente útiles en situaciones específicas, actuando como se dice de paliativos al crear un estado cerebral alterado que puede suprimir o sustituir síntomas problemáticos en personas con manifestaciones de problemas mentales y de comportamiento; un ejemplo claro es el que se presenta cuando una persona afectada de trastorno bipolar llega a una crisis y la persona está en un estado de manía intensa, que es lo mismo que un estado de locura temporal, mediante psicofármacos de tipo de calmantes la pueden llevar a un estado de calma inducido que es preferible al estado alterado producido por una crisis de un trastorno mental. 

Resultado de imagen para Trastorno bipolar o maníaco depresión
No me considero un experto en medicina, ni pretendo demostrar teorías científicas sobre problemas mentales, hablo con base en las hipótesis que han publicado personas que considero poseen buenos conocimientos en el tratamiento de problemas mentales y que las comparo con lo que he sentido en mi quehacer cotidiano, dado que he experimentado las diferentes opciones como lo es estar o no estar medicado con fuertes psicofármacos en años anteriores entre hace 35 años hasta hace unos 8 añoscomo también en los últimos 8 años donde he estado medicado de forma crónica con unos psicofármacos menos fuertes y en dosis menores o he suspendido dicha medicación. 

Gracias a mi experiencia con estos sentimientos encontrados que me afectan, he descubierto que el sentirme bien no depende de estar o no medicado, o mejor dicho no depende de estar afectado o no por un trastorno mental, el diario vivir y la forma en que afronto la vida y las condiciones en las que transcurre mi vida son las que me hacen sentir bien o mal, los síntomas de mi problema mental cuando estos aparecen son un factor entre varios que pueden hacerme sentir mal, aunque también hay que decirlo han hecho que me haya sentido bien sin que haya debido estarlo, por esto mismo pienso que este problema mental que me afecta algunas veces deba convertirse en un estado de constante problema al tener que tomar diariamente unas medicinas que me cambian la forma de actuar en todo momento. 

Con base en lo que he vivido me inclino por pensar que lo mío no es un problema menor, que requiere de pronto de ayuda externa y del uso de químicos, pero en este momento no se tiene un protocolo científicamente probado y claro para mi tratamiento y lo que hago es con base en lo vivido: He definido mi forma de tratarme, tratando de estar un máximo de tiempo libre de sustancias externas tóxicas pero de pronto necesarias en algunos momentos. Bien sea que realmente no tenga ninguna enfermedad y solo sea un problema de adaptación pero he sufrido por comportamientos que he tenido, que no son muy comunes, que no están bien vistos, que han afectado a otros y a mí mismo, por lo que he necesitado de algo que me ayude a corregirlos, en algunas oportunidades, ese algo que ha sido llamado como se quiera: Medicinas, drogas, psicofármacos o psicoactivos, han hecho que me pueda sentir mejor de ciertas características de mi comportamiento y que actué más normalmente ante la sociedad, pero sin excluir sus efectos malucos.  En mi caso creo que si tengo un problema mental, que se puede decir grave, que necesito ayuda externa y tomar fuertes psicofármacos en los episodios de crisis, que afortunadamente han sido muy pocos, sin embargo, he sentido también que he podido vivir relativamente bien, sin tomar medicinas cuando tengo periodos de estabilidad emocional, que es la mayor parte del tiempo o tomando un mínimo de estas cuando tengo desbalances leves para evitar llegar a una crisis.