lunes, 16 de junio de 2025

El amor en los tiempos del COVID






El amor en los tiempos del COVID



  

Las ciudades ya no envejecen; las personas sí. Madrid es un espejismo de neón y silencio. En el cielo los drones voladores no hacen ruido pero los androides que barren las calles si, y yo, barría mis recuerdos con ayuda de AlinAI.



  Suena bastante raro, pero en este momento siendo el año 2075, el Imperio Americano del Sur (llamado oficialmente Mancomunidad Iberoamericana) acaba de aliarse con lo que quedaba del Reino Español. El rey abdicó hace ya tres años y el parlamento declaró a España como una república democrática independiente (la primera república bananera de Europa, diría yo) asociada a la Mancomunidad Iberoamericana y renunciando a lo que ya no puede llamarse Unión Europea, que solo es la Desunión Europea. La historia no se repite pero rima, Es como volver al siglo XVIII, donde se dio la mayor extensión del Imperio Español, pero donde la capital política ya no es Madrid, sino Los Ángeles, y Cartagena de Indias se acaba de declarar la capital cultural.



—Amor, tienes un 92% de probabilidades de depresión hoy —dijo la IA, su voz cálida como la de Clara pero sin su imperfecta humanidad—. ¿Quieres que active los protocolos de bienestar?



—No —murmuré, mirando el holograma de una transmisión desde Cartagena de Indias que se proyectaba en la pared, donde se estaba dando el discurso del presidente López. Llegan entonces mis recuerdos, porque allí, en 2016, Clara y yo habíamos jurado nuestro amor eterno, mientras huíamos juntos de nuestros problemas mentales.



Esa noche, mientras el presidente del Gobierno Hispano (así se llama al gobierno de la Mancomunidad Iberoamericana) emitía un discurso sobre la paz y la reconciliación histórica iberoamericana, AlinAI mostró una notificación cifrada, de esas que sobrevivieron en servidores piratas después de la Gran Purga Digital, era un archivo de voz de 2020, etiquetado como Clara_Velásquez_ÚltimoMensaje.wav. Cuando intenté reproducirlo, inicialmente escuché solo estática... y luego un susurro: .



  -No puedo respirar, tengo que entregar el celular. Voy a entrar a la UCI y es posible que no salga de esto, Carlos esta es mi despedida. Te amo...

 

II. La llamada


  El café matutino se enfriaba entre mis manos cuando AlinAI interrumpió el silencio:  

  —Amor, prioridad inesperada: llamada desde Colombia. Remitente: Carlos López. ¿Atender o archivar?  

  Mis dedos se aferraron a la taza. Nadie me llamaba desde Colombia desde hacía..? Había enterrado esos recuerdos bajo capas de tiempo y silencio.  

  Recuerdo la vez que estuve en Cartagena, cuando logré sobrevivir de milagro, fue como por el año de 2045 cuando se dio el asedio del imperio Anglo, en contra del imperio Hispano, algo que también se dio por allá en el siglo XVIII, y como aquella vez a pesar de que hubo varios millones de muertos por la hambruna, al final Cartagena resistió, pero a pesar de que se gano esta batalla el imperio Hispano perdió pues España volvió a perder la ultima guerra, esta vez Inglaterra se quedo con Andalucía y las posesiones del reino español fuera de la península y Cataluña se independizo también con apoyo de los ingleses y entro a ser parte del imperio Anglo.

  Que me contestas me replico AlinAI —Atender —dije, aunque algo en mi pecho se encogió. 

  Mi vida, aunque yo no lo acepte, terminó ligada a esta ciudad, yo la odio con todos mis sentimientos o quizás de tanto odio es que la amo.

  El único recuerdo bello que tengo de Cartagena, aunque también puedo decir el mas abrumador, fue cuando en noviembre del 2016, huyendo de la vida en la capital, después de empezar mi relación con Clara y cuando estábamos comenzando nuestra vida en pareja, le dije a Clara -Amor, te tengo una sorpresa, vamos una semana al mar, este invierno esta muy deprimente ¿Qué opinas?, Ella me dijo que no, que tenía mucho trabajo en el Hospital La Paz, que apenas hace un mes empezó a trabajar como pediatra titular y que una semana es demasiado tiempo, sin embargo, aceptó, luego ya cuando estábamos en la terminal me dijo -para donde vamos este es el terminal internacional, creía que íbamos para el mar pero de pronto a Sevilla o a Barcelona, ¿para donde me llevas?, tranquila amor vamos a Cartagena. Ella me contestó -pero este es el muelle internacional.  -si vamos para Cartagena pero no para Cartagena España sino para Cartagena Colombia, le dije.

 Ella quiso no ir inicialmente, me dijo, bastantes problemas tengo con mi familia para que me lleves a Colombia en estos momentos, te recuerdo que mi padre, aunque para mi no sea importante, es una figura pública por su alto cargo en el ministerio de salud y por mi seguridad no debo viajar para lugares que se consideran peligrosos y Cartagena Colombia hasta donde sé es una de las ciudades mas peligrosas, -No Carlos, que pena contigo pero no puedo viajar, yo le dije que se tranquilizara. -No nos va a pasar nada cariño y como además vamos de incógnito nadie fuera de nosotros dos sabe que vamos a viajar a Cartagena, también ten en cuenta que todas las ciudades son peligrosas, lo importante es no arriesgarse uno por su cuenta, solo vamos a visitar lugares seguros y nada nos va a pasar, ella me contestó: -mi mamá me mata si sabe que voy para Cartagena de Indias, pero... Bueno, vamos, -tranquila que ella no se va a enterar le dije.


Al final el viaje resulto de maravilla y allí precisamente fue cuando le di el anillo de compromiso, de un compromiso que no se pudo definir, pues siempre fuimos aplazando nuestra boda por los problemas de pareja que nunca faltan y para el 2020 después de que ella casi muere por la peste, nos separamos sin haber celebrado nuestra boda.
 
De repente, La llamada interrumpió mis recuerdos:

—¿Carlos García? Soy el hijo de Clara Velásquez.  

El mundo se detuvo. "Clara". Su nombre me atravesó como un cuchillo oxidado. De pronto volví a tener treinta años, en aquel apartamento de hospital donde el olor a alcohol gel se mezclaba con sus lágrimas.  

—Mi madre falleció ayer —continuó la voz—. Quiso que usted estuviera en su despedida. 

El piso pareció inclinarse. Clara muerta. Era imposible. Clara era el eco de risas en la Feria de Abril, el calor de una mano en mi pelo cuando la fiebre del COVID me hacía delirar. Clara no podía ser... un cadáver.  

—El funeral es en Cartagena el 20 de marzo. Me dijo el hijo de Clara —Pero si no puede, y puede otra fecha cercana, lo reprogramamos.  

  Cartagena. La ciudad donde una vez creímos que el amor era más fuerte que las pandemias y las fronteras. Ahora solo quedaba a dos horas en transbordador, pero yo ya no era el hombre que cruzaba océanos por ella.  

—Necesito pensarlo —mentí, colgando antes de que mi voz quebrara.  

 Tres días de batalla:  

  La primera noche, soñé con el último mensaje de Clara: "No puedo respirar...". Desperté ahogándome.  
  La segunda mañana, AlinAI mostró fotos olvidadas: Clara y yo en el Parque del Retiro, mascarillas colgando de nuestras orejas como banderas de derrota.  
  Al tercer día, encontré la vieja maleta con la que planeábamos usar para huir de Madrid en el 2020. Dentro, un boleto de avión a Sevilla... con ambas fechas tachadas.  

  —Amor —me interrumpió AlinAI—, tu estrés cardíaco requiere intervención. ¿Activo protocolos de calma?  

  —No —respondí, mirando el holograma de Cartagena que flotaba sobre la mesa—. Reserva un transbordador. Para mañana.  

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III. Los fantasmas del 2020

  El puerto de Cartagena brillaba bajo la luz violeta de los drones funerarios cuando llegué...



  Acepté viajar. No por el funeral, sino por ver su rostro una última vez, aunque fuera en la muerte. El transbordador me dejó en Cartagena al anochecer, cuando las murallas brillaban con bioluminiscencia artificial y el olor a salitre se mezclaba con el zumbido de los drones funerarios, Cartagena era una ciudad bulliciosa y una gran metrópoli, que según datos estadísticos del INE el distrito cuenta con unos 10 millones de habitantes y si se tiene en cuenta el área metropolitana que comparte junto a las otras ciudades caribeñas cercanas se tienen 25 millones de almas juntas, en este momento es el área mas densamente poblada del Caribe a pesar que se puede decir que es una isla, pues con la subida del mar por culpa del cambio climático Sur América se dividió y lo que antes era el tapón del Darién se convirtió en el estrecho del Darién, las costas de la provincia de Colombia han retrocedido muchos kilómetros y lo que antes era una costa entera se convirtió en un Archipiélago dividido por los diferentes ramales de la desembocadura del rio Magdalena que se convirtió en un rio mucho mas grande y que se unió con el Orinoco y el Amazonas mediante canales.



  Carlos López, el hijo de Clara, me esperaba en el puerto junto a dos jóvenes, sus hijos, pienso yo (que debieron ser mis nietos), era bastante alto, como me dijeron que era su padre (a quien yo nunca conocí), pero tenía los ojos de Clara: negros y profundos como pozos de tinta, le salude al recibirme, -mucho gusto Carlos García. El me contestó, -mucho gusto Carlos López. Tratando de romper el hielo le dije: -Eres de los López de la familia del presidente?, me dijo: -Nada que ver, no fuera mas mi desgracia.



  —Ella no quería lágrimas —me dijo mientras caminábamos por calles empedradas—. Quiso una fiesta. Música, ron, y que usted estuviera aquí, nada raro en esta parte del mundo donde todavía los funerales se celebran como fiestas, una tradición africana de hace mucho tiempo.



  La casa era una casona colonial, acabo de acordarme cuando trabajaba para la firma de ingenieros y que estuve en las obras de los muros de contención para proteger a Cartagena del mar y entre lo que estuve trabajando nos toco subir unos 10 metros la ciudad antigua para que no se estuviera inundando a cada rato.

  Las paredes hablaban en hologramas: fotos de Clara en Madrid, con los médicos del Hospital La Paz, de nosotros dos en la Feria de Abril, de su hijo creciendo entre dos patrias, que hoy son solo una. En el centro del salón, su cuerpo descansaba dentro de una urna criogénica de despedida —una costumbre de la nueva era—, rodeada de orquídeas.



  —Ella dejó esto para usted —me dijo Carlos, entregándome un sobre amarillento. Dentro había una impresión de un pantallazo de celular, un boleto de avión de ida y vuelta de Madrid a Sevilla del año 2020, y una carta en español antiguo, hecha con su puño y letra, que olía a jazmines secos.



  Carlos: Si lees esto, es que al fin me rendí al tiempo. Pero no temas. La muerte es solo un puente. Te espero donde las mareas no llegan.



IV. El secreto en el sótano



  Esa noche, mientras los invitados bebían y reían (como Clara quiso), su hijo me llevó al sótano del edificio. Allí cogimos un ascensor que descendió varios minutos. Entre sombras y cables de nanotecnología, había un arca neuronal, un dispositivo clandestino que almacenaba conciencias.



  —Ella no quería que lo supiera nadie —susurró el hijo de Clara—. Pero pagó para que su mente se guardara aquí. No es inmortalidad… es solo un eco. ¿Quiere hablar con ella?



  Mis manos temblaron. Era una blasfemia, una fantasía gótica y un pecado mortal. Pero asentí.



La máquina se encendió, y de pronto, Clara estaba allí: no como un holograma, sino como una voz que brotaba de las paredes, dulce y cálida como el verano madrileño.



—Tardaste, mi amor —dijo, y mi corazón se partió en dos.



Los últimos recuerdos



  Pasé horas hablando con Clara en su espectro digital, riendo de nuestros errores, llorando los años perdidos. Al amanecer, su hijo me encontró dormido frente al arca, abrazando la foto del boleto de avión.



  —Ella quería que se quedara con esto —me dijo, mostrándome un anillo de oro con un pequeño rubí—. Era de su abuela. Dijo que usted lo entendería.

El anillo 





  Lo entendí. No era un adiós, sino una promesa.



  Al salir de la casa, el sol caribeño me golpeó el rostro. En mi bolsillo, el anillo pesaba más que el futuro. Y entonces, por primera vez en años, sonreí. Porque Clara, a su manera, me había dado un final feliz: La certeza de que, en algún lugar entre la tecnología y la magia, nuestro amor seguía vivo.



  Fin  

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